Las cinco de la mañana. El frío de Tulcán, a veces, es insoportable, y esa madrugada lo era.
Mis ocho años de edad y mi cuerpo enjuto, tiritaban al compás del agua helada del río que, a escasos 100 metros de la casa, pasaba.
Mis padres, todo enojados, me llevaban hasta el “vado”, para bañarme a esas horas; y, para completar lo terrible del castigo, mi madre llevaba una “marca” de ortiga de tapia, por supuesto, la más brava de las conocidas.
Esta imagen imborrable de mi infancia, se presentó en mi mente al escuchar en una emisora de mi receptor, un parte mortuorio: “descansó en la paz del Señor, quien en vida fue……”. Pero, si era mi compañero de escuela. El patojito y alcohólico. El que, en primer grado de la escuela de los Hermanos, era sano y bueno, blanco, medio pecoso, cachetón y “puyoso”. El que me extorsionaba y me estaba presionando a meterme en el camino del mal, especialidad: el hurto.
Como si fuera ayer, recordé toda esa etapa de mi vida: angustiosa, vergonzosa y humillante. Yo era un niño campesino, nacido, crecido y muy amigo del río. A lo mejor el más pequeño de la clase y, como complemento, tímido; en cambio, Honorato -así se llamaba el pecoso y cachetón- era avispado, tosco y de mala entraña. Cada día me esperaba con los “puños” listos; y, si no le daba plata, me golpeaba, reforzando su castigo con palabrotas que, para mis oídos, eran más dolorosas que los trompones.
– Y si mañana no me traes más, vas a ver lo que te pasa, bámbaro- me decía, enseñándome el puño con el dedo medio sobresaliendo de la mano cerrado. Que angustia, que trauma, no podía avisar a mis padres por las amenazas de ese niño, y tenía que llevarle dinero a como dé lugar. Alguna vez que no podía robar unas monedas, le llevaba el pan de mi café. Me recibía y me golpeaba, aunque menos que cuando no le llevaba nada.
Mi madre tenía un remedo de tienda de barrio: pan, panela, aguardiente, sodas de colores, Orangine y cerveza “Victoria”. En una cajita de madera, asegurada con candado, guardaba los “reales” y los “medios”, producto de la venta del día. Yo, con gran habilidad, habría el candado con una ganzúa: es que soñaba con las “puyas” y los cachetes del niño Honorato; y, por ello, mi destreza crecía cada vez más.
Mi padre tenía siete oficios y catorce necesidades. Eramos muy pobres; tanto que, cuando mis botines debían ser reparados, iba a la escuela descalzo; pero eso sí, bien lavados los pies al pasar por el río, mi amigo.
Yo pienso que mis viejos sospechaban y dudaban de mi honradez; por ello, un día mi papá me llamó a que me midiera un pantalón, color manteca, que me había cosido. Que emoción: pantalón nuevo; pero, ¡oh sorpresa!: el pantalón no tenía bolsillos.
– ¿Y los bolsillos, papá?
– No te hice bolsillos, para que no tengas en donde guardar la plata que te robas…!
Aquella expresión de mi padre me cayó con más fuerza que un latigazo. Que mi padre me llame ladrón, no lo podía soportar. Entre sollozos y lágrimas de vergüenza y coraje, le respondí que yo no era ningún ladrón; que si me robaba la plata era porque el niño Honorato me obligaba a hacerlo.
Mis padres fueron a la escuela a hablar con el profesor y con la mamá del pecoso, cachetón y puyoso. Todo se aclaro. El niño Honorato jamás volvió a amenazarme; y, al otro día, a las cinco de la mañana, me bañaron en las aguas del río tan helado; y, para contrarestar una posible pulmonía me ortigaron.
– Los restos se están velando en la funeraria….. Continuaba el parte mortuorio, y yo pensé: “por fin estiró la pata el patojito”
Un profundo suspiro me devolvió la paz y la satisfacción al no haberme graduado en la escuela del robo y, talvez, de la delincuencia.
– ¡Ah, Honorato…!
Un post del Licenciado Delacroix
Una preguntita curiosa… ¿porqué no tienes haloscan pa los comments?
acerca de tu post… mmm 🙁
Esas historias de infancia, me dejan pensando mucho… un abrazo enorme. Q bueno q muchas cosas cambian cuando creces.. q bueno q los tiempos han cambiado.
ah! pa un blogsandbeers en Quito, te apuntas? como se te hace mas fácil? entre semana o sábado?
Que añoranza…. el lcdo. Delacroix escribe bacansísimo…
Es una de las pocas personas que con tanto detallismo al contar sus historias me traslada a esa època.
Ah nuevamente, mil gracias por el libro.
Princesa, no tengo Haloscan pa’ los comments porque uso Movable Type en lugar de Blogger, que es lo que tú utilizas. En Movable Type los comentarios ya vienen “incluidos”, por así decirlo. Además, a diferencia de lo que ocurre con Haloscan, los comentarios nunca se pierden (a menos que yo los borre).
Con respecto al blogs & bielas en la capital creo que me quedaría mejor entre semana, de preferencia lunes o jueves o viernes.
Por cierto Princesita, el post no es mío sino de mi papá: el Licenciado Delacroix.
La vida a veces nos lleva a caminos tan distintos. Buena historia.
Por cierto que es “puyoso”?
Saludos a Phantom y al licenciado. Muy bueno este post, todos tenemos un recuerdo de infancia que nos duele o nos averguenza, pero tratamos de olvidarlo o de enterrarlo en los subterraneos del inconsciente…
Quiero invitarlos a mi blog. Cai en la tentacion como tantos, espero su visita y sus comentarios.
cartasdepalas.blogspot.com
Que bestia, que buen post. Sorprendente. Es como un libro, tiene lo que más me gusta de mi libro favorito, me hace parte de un pasado donde no estuve, y luego me da nostalgia…
Tremendo post!!… Delacroix eres un novelista de primera…. Este es el post mas chevere que has escrito…….