Hace un año muchos pensábamos que todo esto no iba a durar más de 15 días… y ya llevamos 366.
Una pandemia en pleno siglo XXI, no hay todavía autos voladores, teletransportación, rayos láser de uso personal, viajes en el tiempo ni una solución definitiva para una variante de gripe que ha matado (extraoficialmente) a casi 30.000 personas en Ecuador.
Un año de clases virtuales, teletrabajo, luego trabajo semipresencial, mascarillas, alcohol, lavada de manos constante, distanciamiento físico entre personas, saludos de puño o de codo, paranoia, hartazgo, desesperación, muerte, sufrimiento, desempleo, depresión, corrupción, inseguridad (de andar en la calle, del futuro), de estar en un escenario posapocalíptico pero habiéndonos saltado el fin del mundo.
Pero somos animales de costumbres y nos hemos adaptado a esta realidad, adaptados pero incómodos. La esperanza de que esto no seguirá toda la vida nos lleva a seguir mirando hacia el horizonte aunque también sabemos que ese “ya mismo se acaba” se traduce en algunos años.
Pienso en mis hijos y quiero que esto se acabe, pienso en mis papás y hermanos y quiero poder ir a verlos para disfrutar de un café con pan y queso todos juntos, pienso en quienes les he fallado y quiero más tranquilidad y comodidad para no volver a caer en los mismos errores, pienso en quienes podrían estar en ese horizonte que no se ve tan lejano y quiero espacio y libertad para poder disfrutar de la vida, pienso en mí y quiero paz para poder compartir cosas buenas y positivas con ellos. Que entre mi mundo y yo podamos seguir avanzando y creciendo.
Quiero seguir sin este peso que nos tiene a medias, que no nos deja sentirnos completos y nos ancla a la arena en un mar seco. Que luego de esto vamos a salir mejores personas, no lo sé ni me importa, cada uno debe responder por sus acciones pero quiero seguir.
Quiero que esto se acabe.
De que en algo cambiamos, si seguramente, pero igual ya fue suficiente.