A veces pienso que la historia es eso: historia; sin embargo, algo que no registra la historia pero lo escuché de boca de una testigo, creo que vale la pena recordarlo, al menos para entretener un momento el tiempo. Con este amago de motivación, allá va el cuento, como cuando se lanza un as de copas, al decir de Bécquer.
Aquella viejita tenía unas facciones finas. Era mejor dicho- debió haber sido alta; tenía los ojos claros, al igual que su cabello. Ella decía ser de sangre azul. Muy poco le agradaba el apodo que lo traía desde la época de sus mayores: Carisucia; a lo mejor, por las pecas que tenía en su rostro blanco. Después de todo, logré investigar que la viejita descendía, por línea directa, del español, don Lorenzo de Aguilar, encomendero de lo que hoy es María Magdalena, una loma muy cercana a Tulcán.
La anciana mujer me relató en mis lejanos años de infancia, que cuando ella tendría unos siete años de edad, en la plaza de Tulcán, fusilaron a un señor de apellido Carapaz, ante la mirada estupefacta de cientos de vecinos, venidos, inclusive, del otro lado del río Carchi.
Para ese tiempo supongo habrá sido por los años de 1890, porque la viejita decía haber nacido en 1883- aún estaba en vigencia la ley Garciana, la misma que expresaba, que más valía que se perdiera un malo y no tantos buenos… Según aquella ley, afirmaba la confidente, un homicida tenía que pagar su culpa con la pena capital. Al Carapaz, por haber asesinado a su esposa, motivado por los celos, le correspondía pagar su culpa con la pena máxima: 16 años, un día. Esto significaba que el reo debía guardar prisión por 16 años y, al día siguiente, ser fusilado.
En ese tiempo, la cárcel pública se ubicaba junto a la casa municipal, en el camino de Carlosama, entre la calle detrás de la iglesia y la calla del Manzano actual 10 de Agosto, entre la Olmedo y la Colón.
Mediante bando, se dio a conocer que el Carapaz iba a ser fusilado en el patíbulo que se levantaría en la plaza del juego de pelota, a un costado de la Iglesia Matriz, actual Banco del Pichincha. Todo el pueblo: los de la Calle Real, los de la Plazuela, los de la Veracruz, los de los Ejidos, los estancieros, e inclusive muchos de la Provincia de Obando con traje dominguero- se acomodaron en el mejor sitio de la plaza, para presenciar el terrible espectáculo. Un poste, en medio de una tarima y unas gradas que iban desde el suelo hasta la plataforma, era todo el temido patíbulo. El gentío dejaba escuchar un murmullo, mezcla quizá de sollozos y oraciones.
El reo, a eso de las diez de la mañana, fue sacado de la cárcel. Vestía una especie de túnica blanca. Lo escoltaban tres carabineros y le acompañaban dos sacerdotes, uno a cada lado, a lo mejor dándole ánimo con sus jaculatorias. Una gallina blanca caminaba delante del reo, picoteando, de rato en rato, la tierra de la calle que, de la cárcel conducía al patíbulo. Los curiosos se estremecieron y creció el murmullo. Un aire pesado, parecía respirarse.
Llegó la comitiva al pie del patíbulo, La gallina subió adelante, seguida del reo, los carabineros y los curas. Un gendarme esperaba en el tablado, al pie del poste. La gallina levantó el vuelo y fue a detenerse en el patio de la cárcel. Los sacerdotes, con sus oraciones, le preparaban para la muerte. El gendarme, luego de atarle las manos por la espalda atrás del poste, le vendó con un pañuelo negro los ojos.
-Daranme en la buena, no me harán sufrir- fue lo único que dijo el reo, mientras los sacerdotes le bendijeron y descendieron de la tarima. Un silencio impresionante fue el marco de la descarga de los rifles, a la voz del jefe de la escuadra de fusileros. El Carapaz, ni un quejido; solamente su torso se inclinó hacia un costado, quedando inmóvil por el resto del día. Según las autoridades, aquello serviría de escarmiento para todos.
Poco a poco la plaza del juego de pelota se fue quedando vacía. La gente tuvo mucho que comentar acerca de lo que fue el último fusilamiento en Tulcán.
-Pobre Carapaz, la gallinita a lo mejor ha de haber sido su almita- terminaba diciendo la anciana Carisucia, que me contó esta historia.
Un post del Licenciado Delacroix
paso saludando fantasma del paramo
muchas gracias por compartirnos esa informacion
este es un buen website
No sabia que en Tulcán se hizo eso¡ Super interesante historia. Gracias por compartirla
yo soy amante de la historia de Tulcán y me interesó mucho quisiera saber mas sobre tulcán y sus historias